La vida con un volante en las manos y 40 toneladas a la espalda

Izaskun Bilbao reclama una coordinación del transporte en la UE
Imagen de camione en una carretera,
La vida con un volante en las manos y 40 toneladas a la espalda

Un articulo de: Nerea Diáz Ochando en Info Diario

Manuel Ramírez da la vuelta al mundo en su camión cada dos meses sin salir de Europa. Lleva casi diez años trabajando como camionero, una profesión para valientes. Cada semana recorre más de 5000 kilómetros, casi 300.000 al año, lo que equivale a unas seis vueltas completas al ecuador. En España, se concentra el 20% de siniestralidad laboral de la Unión Europea y su profesión suma el mayor número de víctimas. Manuel, que bajo este seudónimo ha querido mantenerse en el anonimato, es chófer de mercancías.

El gremio del transporte sufre 300 muertes al año y provoca cientos más. Según los últimos informes de la DGT, en 2018 se produjeron en España más de 4.000 accidentes de camiones. Una profesión en la que la tasa de mortalidad supera cinco veces a la del sector de la construcción. “Hay formas de jugarse la vida, y después está ser camionero”, así define Manuel su trabajo. Una jornada de 56 horas semanales, sin horarios, sin festivos, sin familia. Una cabina de dos metros cuadrados, y la imagen fija del asfalto gris y las rayas blancas que se alternan entre continuas y discontinuas.

Las apabullantes cifras de siniestralidad se explican, en parte, por la deplorables condiciones laborales en las que trabajan los camioneros. Se les obliga a trabajar 56 horas semanales, y a la siguiente semana, 34. En total 90 horas trabajas en dos semanas. Pero nunca es así, la realidad no siempre queda reflejada en el tacógrafo. Se trabaja más de lo estipulado a petición de las empresas, para que la carga llegue a tiempo a su lugar de destino. Los camioneros llegan a pasar noches enteras conduciendo.

«5 de cada 10 camioneros aseguran haber dado una cabezada mientras conducían»

Manuel arranca el camión muy temprano. Cuando empieza su jornada laboral, introduce la tarjeta digital en el tacógrafo, que registrará su vida durante las siguientes 24 horas. “Hay días que trabajo dos jornadas, no porque me salte las reglas de conducción, sino porque al final del día, entre los descansos y las horas conducidas, puedo llegar a sumar 15 horas trabajadas”. Los camioneros, por lo tanto, están controlados constantemente, por la empresa y por tráfico. Las empresas se encargan de que no trabajen menos de lo que se les ordena y tráfico de que no trabajen más de lo estipulado. Pero siempre hay formas de hacer todavía más peligrosa esta profesión.

A veces, por propia convicción los camioneros manipulan el sistema del vehículo para trabajar más sin que nadie se entere. Otras veces y en la mayoría de los casos, las empresas ponen en riesgo a sus trabajadores obligándoles a hacerlo. «Si le pones un imán al velocímetro siempre marca 90, que es la velocidad máxima que tenemos permitida, puedes llegar a ir a 120 sin que la aguja se mueva de 90», relata Ramírez. Pero los radares pueden pillar a los camioneros en medio de esta trampa.

Las multas pueden llegar a alcanzar los 4000 euros, además de la pérdida de la honorabilidad y la inmovilización inmediata del vehículo. «Antes recortaban una cartulina y la metían en el tacógrafo. Así, solo se registraba la mitad de la jornada y se podía sobrepasar todo lo que se quisiera el límite de horas. Ahora con las tarjetas digitales es mucho más difícil”.

Por lo tanto, contabilizar el número de horas y kilómetros de conducción de los camioneros españoles, en una tarea imposible.

La presión de las empresas da lugar muchas veces a que los profesionales incumplan las normas que deben garantizar su propia seguridad y su vida. Manuel, antes de llevar su tráiler de lona, llevó un camión frigorífico. «Si me retrasaba una hora no me aceptaban la carga», recuerda. «A veces, aun llegando a tiempo tardan un día en descargarte, y esas horas no cuentan como trabajo». Lo que más desespera a Manuel de estos horarios y condiciones de trabajo es la falta que le hace su familia. En casa deja a su mujer y a sus dos hijas, de 9 y 20 años. “Cuando subo al camión es como si se parase el tiempo hasta que vuelvo a casa”. A veces, a falta de una hora de conducción, muchos camioneros se ven obligados a hacer noche a apenas 40 kilómetros de su domicilio. Para el resto de mortales una noche fuera de casa no resulta ningún drama, para los que pisan su hogar cada 10 días, es un mundo.

«El camionero sufre por todos»

Actualmente, la gran oleada de movimientos separatistas y protestantes como el Brexit en Reino Unido, el independentismo catalán en España o los Chalecos Amarillos en Francia, han producido grandes pérdidas en el sector del transporte. A ello, se puede añadir, la masiva inmigración que se está jugando la vida para llegar a Europa. Pero dejando atrás, la connotaciones políticas y sociales que esta revolución está conllevando, ¿cuál es el papel del camionero en todo esto? “Se respeta más a la rueda del camión que al propio chófer”, relata Manuel, que en su día a día se topa con cantidad de situaciones que a nadie le gustaría vivir a causa de estos conflictos en desarrollo.

Las empresas notan estas pérdidas en las cifras de su cuenta bancaria, pero los camioneros las sufren en su propia piel. Cualquier día, a cualquier hora, están expuestos a que les roben o les peguen una paliza, pero las empresas, como tienen aseguradas sus mercancías, tan solo tendrán que aplazar la fecha de entrega.

Una de las preocupaciones más extendidas dentro del mundo del transporte en la actualidad, es el miedo de los camioneros a que un grupo de inmigrantes que quieren cruzar la frontera de Francia a Reino Unido, se cuelen en sus camiones. Este temor no es infundado, es una actuación totalmente normalizada. El proceso es el siguiente: se cuelan en la parte trasera del camión cuando van a embarcar los camiones hacia Reino Unido desde Francia. Cuando llegan a puerto en Reino Unido los descubren y dicen ante la policía que han pagado al camionero para cruzar. “A ti te joden la vida, porque seguramente vayas a la cárcel. Y ellos inocentemente comienzan una nueva en Europa”, así resume Manuel la difícil situación en la que muchos de sus compañeros se han visto en estos últimos meses.

Ser camionero en tiempos de cólera

El transporte mueve muchísimo dinero. Si los camiones paran un día, se para el mundo, hasta el punto en el que podría producirse el desabastecimiento de un país y desencadenar una guerra. Los ecos de estas catástrofes no suenan tan lejos. Venezuela, Ecuador o Chile, son solo algunos ejemplos de lo que unos simples camiones que dejan de circular pueden desatar en un país una barbarie. Todo lo que comemos, vestimos o usamos en nuestro día a día se transporta a través de carretera. Sin embargo, el reconocimiento de esta profesión está de capa caída.

“Hay muchos camiones, pero el transporte lo mueven entre cuatro en Europa”, asegura Ramírez. Esto da lugar a que el pequeño empresario o camionero autónomo tenga que vivir en pésimas condiciones para que los más grandes se lucren de su trabajo. Llega al punto en el que tienen que trucar los camiones, el tacógrafo, realizar jornadas laborales eternas e incluso, robar el Gasoil a otros camiones.

Por esta razón se producen tal cantidad de accidentes, una cifra de la que no se hacen eco a diario los medios de comunicación, a pesar de ser constante. Hay un “gigante” que controla todo esto, la Patronal, que se encarga fervorosamente de que la imagen de las empresas no quede tachada a costa de que el camionero se convierta en un solo número más. El aumento de inmigrantes al volante sin apenas experiencia, de lo que se lucran las empresas, ya que reciben subvenciones por ello, produce pérdidas incontables, no sólo monetarias, también humanas. “El transporte se ha desprofesionalizado, cualquiera puede llevar un camión y no es fácil”, comenta Manuel, que lleva 10 años sobre un camión y nunca se había topado con unas circunstancias tan precarias, ni siquiera en los tiempos de crisis.

El control de la Patronal no hace más que perjudicar a la profesión de transportista. Se empeñan en esconder estos accidentes por miedo a que se destapen las verdaderas condiciones laborales con las que juegan la mayoría de las empresas. Sin duda, lo que debería representar a los que se juegan la vida en el asfalto, solo les perjudica.

Esta profesión es la esclavitud del siglo XXI. No hay horarios, ni festivos, ni siquiera pueden estar con la familia. Están expuestos a robos, no tienen seguridad ninguna, son los únicos a los que pueden denunciar por trabajar. Por no tener, no tienen ni el respeto de las empresas, que los tratan como un tornillo más del camión, como si fuesen parte de él. Ahí arriba dejan de ser personas y solo son un número más.

“Tu cabeza, tu corazón y tu alma se quedan en tu casa cuando sales de viaje, porque tu corazón se queda con tu familia, tu cabeza vuela dentro de estos dos metros cuadrados y tu alma al subirte a un camión se la vendes al diablo”, concluye Ramírez mientras arranca el camión para emprender una nueva ruta.

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Foto: InfoDiario