Opinión

La 'gastrotontería'

Desde que el gazpacho lleva guarnición de spirulina, que es el alga más 'trendy' de este siglo raro, las cosas del comer son un descalabro. Un buen día, así al azar, como cuando asoma la primera cana en el mentón, dejamos de ser tragaldabas para volvernos foodies. Y la vida se nos llenó de chefs guapérrimos, o sea, brad pitt's del nitrógeno líquido que se colgaban las estrellas michelín como panoplias en sus delantales de Armani.

Pues los cocineros de hoy son los influencers que mueven el mundo; y hasta se los rifan las portadas de Time, como a Mahatma Ghandi o Donald Trump. Y ahí estábamos nosotros, sin hambre ni ná, comiendo espumarajos de quinoa a cien pavos el menú, vinos aparte. Porque a los 'foodies' nos da igual rumiar un año de lista de espera, como cuando lo de los pisos de protección oficial, con tal de sentar el culo en el último gastrolaboratorio del que hable Telecinco. Y allí estaremos, más por subir a Instagram el delirio de turno que por llenar la andorga.

Porque somos coleccionistas de restaurantes.

Ya no nos basta con comer en Casa Lucio para creernos unos 'gourmets' de tomo y lomo; ahora hay que ir a mercados rehabilitados con ostras cómo quilates, fábricas clandestinas donde apurar cócteles comestibles, o la mismita azotea de la Tate Modern, con panoramic views al skyline de la City. De London, quiero decir. Y si no, siempre podemos ir a un pop up -espacio efímero-, a un non stop -open 24 hours- o a un foodtruck donde haya street food. A comer algo veggie, o yummy, o healthy, o incluso gluten free. Y como Gran Hermano se nos quedó pequeño, es tal derroche el de esta fiebre gastro que las televisiones remozan sus parrillas con realities de fashion cuisine.

Ya no nos sirve Rosa de España remendando el 'Celebration' en Eurovisión. Ahora queremos Chicotes y cuchillos, señoras de Benicarló engatilladas con la fusión molecular, despatarre de nominaciones por una masterclass en Le Cordon Bleu. Si hasta los niños prodigio ya no cantan los Doce cascabeles, pues eso es de hambrientos y de castrati; lo último en televerité son los zagales recién destetados que cortan plancton en brunoise de quitar el sentido. Puro escalofrío. Los chefs, que también son runners y anuncian cochazos, viven en una delirante alquimia de fusiones. En algún punto del camino, quién sabe cuándo, lo de mezclar las migas extremeñas con aguachirle de wakame se nos fue de las manos. Y así, las catedrales de la alta cocina son un remiendo de suspiros japoneses con pucheros de la abuela, tropezones thai a la bilbaína, gazpachos alucinógenos. Cosas. Y luego está el ramen.

Una maldita sopa de tallarines que va camino de colapsar la cultura occidental. Basta con bucear en internet para descubrir las rutas del ramen, la enciclopedia del ramen, las mejores recetas de ramen, las pistas para que no te den ramen por liebre, el ramen favorito de Gwyneth Paltrow, suba aquí la foto de su ramen... Ramen y más ramen, así en la tierra como en el cielo. Amén. España está a la cabeza de esta mascletá culinaria. Nuestros cocineros han tomado Londres y New York a pucherazos, son honoris causa por Princeton, hacen pil pil a los Obama, tienen todos los estómagos del mundo a sus pies. Vamos sobrados de genios, y de chispa latina, y Dabiz Muñoz las trae loquitas y José Andrés es un coloso en Washington DC. Pues seremos los reyes del ramen, pero lo de exportar un queso del Tiétar, o un ibérico de... (Foto: Dabiz Muñoz y Pedro Subijana, dos de los mejores cocineros españoles. SERGIO ENRIQUEZ-NISTAL)

Fuente: elmundo.es