Rodrigo Díaz, el taxista escritor

Rodrigo Díaz, el taxista escritor

Mientras conduce su taxi por Barcelona, a Rodrigo Díaz lo asalta una idea. Una idea literaria. De modo que aprovecha el semáforo o la petición del pasajero de ser depositado en la siguiente esquina y abre su libreta. Allí anota la idea, ya con forma de literatura, y por la noche, en su casa, antes de rendirse a la fatiga -el trabajo, un hijo de 2 años- la traslada al ordenador. Y así cada día. Ha publicado dos libros de cuentos y tres novelas, y ganado un premio de renombre, pero así es la literatura, el hombre sigue en el taxi. El escritor taxista, como le dicen, acaba de publicar otro libro: 'Metales rojos' (Editorial Comba).

-¿Chileno de Santiago?

-Sí, pero mis padres vivían en el desierto de Atacama, mi familia era de allí, mi abuelo fue minero, todos metidos en el sindicalismo… Allá pasé mucho tiempo de niño, y me considero más de allá que de la capital.

-¿Quiere decir que sus mejores recuerdos de niñez están allí?

-Bueno, mis padres me solían llevar a las reuniones sindicales. En ese sentido me crié en un ambiente problemático, conflictivo. Eso sí, yo me dormía. Era aburridísimo.

-¿Qué lo trajo a Barcelona?

-Me trajo mi primer libro, por decirlo así, un libro de relatos que publiqué en el año 2000. 'La taberna del vacío', se llama. Vendí muchos ejemplares. Yo mismo lo hacía. Me iba por los bares de Bellavista… Paseándome por los bares vendí mucho libro, y un día me di cuenta de que había reunido 500.000 pesos, y con ese dinero me compré el pasaje.

-Sí, pero por qué aquí. A Barcelona.

-Ah. Pues porque a raíz del golpe de Pinochet tengo familia que tuvo que venirse a Europa. Tengo unos primos en Estocolmo y aquí tengo un tío que es pintor y escultor. Es tan sencillo como eso. Quería ir a un sitio donde tuviera dónde caerme muerto.

-Supongo que una parte del viaje era venir a escribir.

-Mi plan era leer y escribir, sí, que en Santiago no podía hacerlo. No sé por qué.

-¿Fue taxista desde el principio?

-No… Tuve muchos trabajos. Fui jardinero en una guardería, extra de películas... Lo que fuera cayendo. Albañil: soy bastante experto en alicatado de cocinas y cuartos de baño. En Lleida estuve un año trabajando de mozo de almacén. Y todo el tiempo escribía una novela, la misma novela.

-¿Alguna que haya publicado?

-Sí, 'Tridente de plata'. Estuve 10 años escribiéndola, borrando y escribiendo, borrando y escribiendo. Mucho trabajo.

-Premio Vargas Llosa de la Universidad de Murcia. Una buena recompensa, ¿no?

-Lo mejor de ese premio fue que me abrió las puertas a que me escucharan. Me presenté en la agencia de Carmen Balcells y no me hicieron ni caso, pero al menos me escucharon. Para mí fue un paso muy grande.

-Es un mundo complicado. El editorial.

-¿Sabe también qué me dio ese premio? La posibilidad de dedicarme un año solamente a escribir, a escribir todo el día, todo el tiempo. Fue la época más feliz de mi vida.

-Cuénteme, ¿cómo es que llegó al taxi?

-Bueno, eso fue por un amigo poeta que también lleva un taxi. Un tipo muy loco, muy chiflado, José-Christian Páez. Me convenció. Me dijo que era un trabajo tranquilo, que ibas a tu bola, que nadie te molestaba, que estabas todo el tiempo en la calle… Y a mí siempre me ha gustado la calle.

-¿Y? ¿Es tan bueno como lo pintaba?

-Lo que pasa es que eso fue en el 2008, cuando empezó la crisis. Y ya no se ganaba lo que antes. Ahora trabajas 12 horas por 30 euros. ¿Por qué hay tantos taxistas inmigrantes? Pues porque el inmigrante siempre está dispuesto a trabajar por una miseria.

Fuente: elperiodico.com