Toñi y Lauri, mujeres tras los ramos de flores que salpican las carreteras

Toñi y Lauri, mujeres tras los ramos de flores que salpican las carreteras

Detrás de los ramos que salpican las carreteras hay mujeres como Toñi, que espera que las flores que le pone a su marido sirvan de “aviso”, o Lauri, que las coloca en memoria de su hijo para “intentar crear vida donde ha habido muerte”.

TOÑI Oliva le compra flores frescas a su marido por su cumpleaños, en su santo, en San Valentín... Pero no se las pone en un jarrón, sino en el arcén de la N-634 por donde salió despedido su camión para terminar volcado, dos metros y pico más abajo, a la orilla de un riachuelo, en Galdakao. “Se las cojo claritas, porque con el polvo de los coches se manchan mucho”, detalla esta vecina de Ermua, que desde que perdió a su esposo, Antonio Cid, el 28 de abril de 2008, no descuida este pequeño memorial a pie de carretera. “Un compañero que pasa a diario por allí me suele avisar cuando están feas. También algún transportista”, cuenta Toñi, que se apresura a reponer las flores artificiales y añade unas naturales en fechas señaladas, como el aniversario de la muerte. “A veces estoy un ratito. Otras no, porque es muy mal sitio y hay mucho tráfico”, explica.

A Toñi le contaron que su marido se salió de la calzada tratando de esquivar a otro camión que, al parecer, invadió su carril, pero el testimonio no fue “dado por válido” y no le quedaron ganas de denunciar. “No quería follones. Iba a revivir todo y a él no me lo iban a devolver. El dinero me da igual, así que no hice nada. ¿Para qué? ¿Para tener disgustos?”, comenta. Tras derribar 27 metros de quitamiedos de hormigón, el camión acabo precipitándose. Su marido murió una hora después. Antes siquiera de poder identificar su cadáver, tuvo que encargarse de llamar a una grúa para retirar el vehículo. “Me tuve que hacer la valiente, no sé de dónde sacas fuerza en esos momentos”, dice.

Descartada la posibilidad de erigir una cruz, Toñi se decantó por los ramos. “Si todos pusiéramos flores, esa carretera sería un cementerio. El Día de Todos los Santos hay muchísimas”, atestigua ahora que las mira con otros ojos. “Trabajo en Elorrio, hay un ramo en unas curvas muy malas y siempre voy más despacio. El ramo me frena. El otro día me decían unas chicas que distrae. Para mí es un aviso. Más distraen los clubes que hay por la carretera y las propagandas”.

Lauri Fernández extiende sobre la mesa de una terraza en Bilbao, el ruido del tráfico como telón de fondo, un puñado de fotografías. Un par son de su hijo, Zendoa Raya. El resto, de ramos que familiares y amigos han puesto en el guardarraíl que le “segó la médula espinal” con 34 años. “Una vez que lo has perdido, te quedan las fotos fijas, en las que siempre va a tener esa cara, no le van a salir arrugas ni canas. Te quedan los recuerdos e ir allí a poner unas flores o a estar. Es lo único que te queda. No te queda nada más”, describe el más doloroso de los vacíos.

Cada vez que se “lo pide el cuerpo”, Lauri toma la carretera BI-2701 y para a la altura del barrio La Olla, en Galdames, donde su hijo perdió el control de su moto y la vida el 11 de marzo de 2012. Pone un ramo. Riega. Se fuma un cigarro. “No considero que esté loca, ni que esté aferrada a algo que no me deja vivir. Su falta es la que no me deja vivir en las mismas condiciones que tenía antes. Hacer estas cosas me sienta bien, me serena. Que no lo entienden, qué vamos a hacer...”, asume, consciente de que hay quien piensa -aunque “por respeto no te lo diga”- que “han pasado cuatro años y ya tienes que estar bien. Si yo no voy a estar bien en la vida. Jamás. No puedes”.

Dice Lauri que corona con flores el guardarraíl maldito en recuerdo de su hijo, pero también como “un intento de crear vida donde ha habido muerte”. Por eso no entiende que sistemáticamente desaparezcan. “Que quiten los ramos, sea quien sea, me parece cruel e inhumano. Tú no conoces a esa persona y te da igual si ha muerto y cómo ha quedado la familia, pero ¿qué te molesta que esté ahí un ramo?”, se pregunta. Aunque no busca ese fin, admite que las flores sirven de “alerta” porque, “en cuanto las ves, sabes que ha habido muerte y que es peligroso por la curva, por el guardarraíl sin proteger o por el motivo que sea”.

Lauri da un sorbo al café con leche y se remonta al fatal quiebro del destino en que pasó de soñar con un nieto a enterrar a un hijo. “Días antes del accidente me había dicho: No te apures, este año te hacemos amama. Y de repente la vida te pega un vuelco horroroso. Te quedas sin tu único hijo, ya nunca serás amama...”, relata. Zendoa era cocinero y hacía apenas tres meses había montado un bar. Llevaba 20 años andando en moto. Era la primera salida de primavera. Nunca conducía con mal tiempo y no salía hasta mediodía para evitar el rocío. Era tan “prudente” que sus amigos le llevaban siempre de cabeza de grupo. Salvo aquel día en el que se dispersaron y la muerte le asaltó de improviso, solo. “Falleció en el acto. Si el guardarraíl hubiera tenido el sistema de protección para motoristas se habría lesionado, pero cuando no existen, esos postes son guillotinas”, denuncia Lauri, que nunca sabrá la causa del accidente porque no hay testigos.

Han pasado cuatro años, sí, pero Lauri nunca olvidará aquella llamada: “Zendoa ha tenido un accidente, ven a casa”. No entendía nada. “Si estará en Cruces, ¿para qué voy a ir a casa? Fue un viaje con una tensión horrorosa. Mi compañero y yo en el coche, los dos rígidos, en silencio. Cuando llegas y te dicen que se ha quedado, entras’ en un estado de shock, estás como en una nube. Luego aprendes a convivir con la pérdida, porque asumir no se asume”.

Solo ahora que ha sufrido la herida en carne propia ha sido “consciente realmente de la desesperación que te supone perder un hijo, de cómo te barre la vida a todos los niveles”. Antes veía uno de esos ramos que salpican las carreteras y “decía: Jo, qué pena”. Ahora sabe “por lo que está pasando la familia y el sentimiento es más profundo”.

Nada alivia su sufrimiento salvo el cuidado del acebo, el romero y la lavanda que plantó en un acantilado cercano a la cala preferida de su hijo o las muestras de cariño de los allegados, que se siguen reuniendo para celebrar una comida en su recuerdo. En el aniversario de su muerte los sentimientos se plasman sobre el asfalto. “Que cuatro años después siga habiendo amigos que vayan a poner ramos o a pintar Zendoa gogoan zaitugu en la carretera es emocionante y reconfortante, porque dices: No era cualquier persona, era alguien muy querido”.

deia.com

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