“Tuve que parar el autobús cuando empezaron a llamarme de todo”

“Tuve que parar el autobús cuando empezaron a llamarme de todo”

“Una sola agresión física ya son demasiadas, y durante el último año y medio hemos sufrido siete, la más reciente al compañero Xabier Arzelus. Cuando ocurren hechos así, durante los días posteriores no se habla de otra cosa. Estuve con él al cabo de los días. Decía que estaba como en una nube, que no recordaba bien lo ocurrido. Lo único que recuerda es que llegó a la parada, subió gente, y le pegaron. No se enteró de más. Le tocó a él pero nos podía haber pasado a cualquiera.

A mí me ocurrió hace unos años en la línea del barrio donostiarra de Larratxo con dos pasajeros entrados en años. La pareja quería bajarse en una parada pero no habían tocado el timbre. Cuando continué la marcha, empezaron a chillar para que les bajara. Tenemos nuestras zonas establecidas y yo no puedo pararme donde me dé la gana. Cuando les dije que tenían que continuar hasta la siguiente parada, empezaron a gritar y a decirme de todo. Eran insultos personales. Me llamaron hijo de... Me vi obligado a parar el autobús. Me acerqué a ellos y les dije que ya estaba bien, que el fallo lo habían cometido ellos y que no la pagaran conmigo.

Normalmente en esos casos, los pasajeros que han visto lo ocurrido suelen apoyarnos. Así sucedió aquella vez, aunque hay quienes siguen todo de cerca y prefieren mantenerse al margen.

A partir de ese momento te quedas tocado y pasas un rato en el que no te encuentras bien. El problema es que no estamos haciendo tornillos en una fábrica. Circulamos por la carretera al mando de vehículos de 18 metros y aunque un contratiempo así solo me afecte cinco minutos, durante ese tiempo no puedo estar pendiente de lo que tengo que estar.

Vemos que las agresiones físicas están incrementando. Donostia no es una ciudad conflictiva como para registrar el volumen de broncas que estamos conociendo en el transporte público entre conductores y pasajeros. Y el problema no es solo la lesión física, sea de la intensidad que sea, sino la carga emocional que conlleva. Tras un percance así pasas una temporada en la que no te sientes seguro. Te fijas en un pasajero que te mira mal, temes que pueda hacerte algo, y todo ello supone un importante desgaste psicológico.

Las agresiones verbales no tienen tanta trascendencia, pero son mucho más frecuentes. Hay personas a las que no le das la contestación que quieren oír, o la que en ese momento esperan, y se meten contigo. Son situaciones desagradables que no te esperas.

Nosotros nos dedicamos a hacer nuestro trabajo. Cada día se montan en el autobús de 500 a 600 personas y, aunque los conflictos se reduzcan a diez, el problema es que te quedas afectado.

Hay días que no te pasa de nada, y otros en que te ocurre de todo. Es un trabajo muy estresante. Se trata de conducir un autobús por una ciudad que quizá no esté preparada para este tipo de vehículos, porque cada vez se piensa más en el peatón pero queriendo mantener el mismo número de carriles. Esa situación de por sí estresante junto a una mala contestación se convierte en una bomba de relojería. Todo depende de cómo te pille.

No sé si la sociedad es cada vez más violenta, pero nosotros no somos el saco de recibir los golpes. Somos personas que lo único que intentamos es hacer nuestro trabajo en paz. Lo mejor que nos puede pasar es que en el momento de hacer el relevo nos vayamos a casa tranquilos porque no ha habido ningún problema en el trabajo.

Fuente: noticiasdegipuzkoa.com